sábado, 8 de octubre de 2011

Que duro es... (como dijo aquel)

Es sábado. Y los sábados toca aseo. ¡Ea! No es que sólo me asee los sábados, pero el fin de semana es cuando viene la familia a comer. Y hay que adecentarse más de lo habitual. Sobre todo la cara. Porque lo de afeitarse sí que lo hago de tanto en tanto. Total, a mi no me molesta la barba. Vamos, no me molesta cuando es barba. En el interludio entre «sin afeitar» y «barba de leñador», hay días que el picor es insoportable. Sobre todo en verano. Pero cuando pasan dos semanas y el pelo deja de ser cortito y pinchante, a ser largo y bonachón; me olvido de que tengo barba.

Pero, a lo que iba, que toca afeitarse. Porque como la moda desde hace un par de décadas es ver a los hombres bien rasurados, mis señoras tías soportan con estoicismo una perilla bien arreglada. Pero a poco que la cosa se alarga un poco, ya llegan lo «pareces un oso» o indirectas por el estilo (que, vamos, muy indirectas no son). Y como al fin y al cabo a mi también me gusta la sensación de recién afeitado, les hago esa concesión. A ellas y a mi madre, que a fuerza de mi pura cabezonería, ya no me dice nada cuando paso dos meses sin afeitarme. Bueno, no me reprocha, pero se le adivina.

Así que desayuno rapidito, no vaya a ser que se me endurezca el pelo. Y digo yo que la misma densidad molecular tendrá ahora, que dentro de un rato. Pero «hay que afeitarse por la mañana recién levantado o después de la ducha, cuando el pelo está blando». Consejo de padre canoso y sabio que, en esto de afeitarse, me lleva algunas pasadas de ventaja. Y digo yo, ¿de qué estará hablando el pelo por las mañanas o después de la ducha? Vete tú a saber: los pelos son muy suyos.

Me preparo los trastos de matar. Y no es una metáfora. Hace un par de meses que me ha dado por afeitarme con navaja. De esas de pulso firme y tacto fino. Y a veces acabo medio degollado. O lo parezco, por lo rojo que me queda el cuello tras afeitarme. Quizá debería dejar de ser tan “macho” y ponerme espuma de afeitar. O al menos mojarme la cara, copón. Pero el tipo duro de Depredador, el negro que va con la ultra-ametralladora, no se pone espuma; y yo tampoco. Aunque claro, él se afeita con maquinilla y se nota que su barba no es de 15 días… mariquita.

Busco los ángulos apropiados antes de tocar la carne con la cuchilla (que uno es “macho” pero no idiota), perfilo los bordes de la perilla y me recreo en la precisión milimétrica que aporta una sola hoja. ¡Mierdas! Bonito corte en el labio inferior. Eso me pasa por ansias. ¡Que ya estaba rasurado, joder! ¡Que no hacía falta pasar otra vez! Bah, no merece la pena llorar por la sangre vertida. ¿O era por el vino derramado? El vino me da un ardor de estómago brutal. Paso de llorar por él.

Pos hale, ya estoy afeitado. Y ahora el aftersave. «No hay dolor» que decía el coronel Trauman. «Eso no sirve» que le respondía Rambo el del 3º. «¡Los cojones de Espinete no hay dolor!» que me viene a mi a la mente. Recojo la navaja y los trastos de mutilar (esa acepción es más acertada).

Y ahora me apetece un cigarrito (¡joder como escuece el puto afetrsave!), igualito que después de… jeje (a ver si me da un poco de aire fesquito en la cara). Si hasta huelo como un “macho triunfante” (estos cabrones de Brumel, ¿y no podrían ponerle un poco menos de alcohol al brebaje?).

Ea, si ya lo sabía yo. Ahora, sin pelo en la cara, el aire frío se me clava hasta dentro. ¡Atchó! Manera más tonta de empezar un catarro no hay.

Que duro es ser hombre…

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