jueves, 14 de marzo de 2013

Aprender a no ser polvo

Decíame hace unos días, cierta persona a la que le tengo mucho cariño, que sin nada venimos al mundo y sin nada hemos de irnos. Una digna variante del famoso "polvo eres y en polvo te convertirás", desde una posición laica. Es un pensamiento que, por muy manido o antiguo que esté, no puedo menos que suscribir con todas mis fuerzas (como de hecho ya hice hace un "ratito").

Sin embargo, es éste un pensamiento que da mucho que pensar (valga la rebuznancia). Vale, que sí, que bien, que todos hemos cogido el concepto. Se supone que no es bueno ofuscarse en conseguir mucho dinero, un coche de lujo, un chalet en la sierra; que hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar. ¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿Vamos a pasar sin pena ni gloria por este mundo y "que nos quiten lo bailao"?

Claro, alguno me dirá que gente como Einstein, Newton, Bethoven, Ghandi; cambiaron el mundo y se les recuerda años o siglos después de su muerte. Que aportaron algo. Que son el ejemplo a aspirar. Aaaajam. Ahora no me veis la cara, pero estoy levantando una ceja al más puro estilo "¿qué me estás contando?". Yo no niego que haya una lista jugosa de tíos (y tías) que se lo curraron y cuyos nombres se recordarán durante muchísimo tiempo. Pero es un hecho objetivo que, toda esa larga lista de personas célebres que "hicieron algo", es una fracción infinitesimal de la totalidad de seres humanos que han vivido, viven o vivirán. Es así. Tu abuelo era un señor muy majo y al que querías mucho, que te enseñó a cultivar patatas y te regaló tu primer reloj. Y, sin embargo, tus bis-nietos no tendrán ni pajolera idea de quien era ese señor tan majo y tan importante para ti. Y esto ha pasado con miles de millones de seres humanos anónimos a lo largo de la historia. Así que la única conclusión lógica es que, efectivamente, en polvo nos convertiremos.

Pues me van a disculpar ustedes pero, ¡no me da la gana!

Decía hace dos años y mucho, en esa magnérrima ida de pinza que he linkado más arriba, que veía algún sentido y esperanza para la vida. Hoy vengo aquí a explayarme un poco sobre esto, ya que la última vez me quedé corto. Y ya que estamos, ¿a santo de qué viene Hinuden a tocarnos las narices con una de sus idas de pinza megalíticas, infumables e intrascendentes? Pues, para empezar, porque el blog es mío y escribo lo que quiero y cuando quiero, ¡ea! Pero, además y como viene siendo normal, porque hoy estoy especialmente reflexivo; esta vez, a causa de haber metido la pezuña hasta la cruz (sí, tengo cruz, como los asnos. Problem??). Pero luego llegaré a eso.

Decía que decía que le veo sentido y esperanza a la vida. Sentido, porque sigo pensando que la principal, la más importante y la más provechosa actividad a la que se puede dedicar el ser humano (una vez tenga tiempo para dedicarse a algo que no sea sobrevivir) es a aprender. Aprender a ser humano, aprender a relacionarse, a ser persona y no sólo cosa. Porque a nadie (y este es un "nadie" inclusivo y absoluto) le dieron un manual de instrucciones cuando nació. La vida no viene con un tutorial que te dice qué hacer y qué no, cuándo y cómo. Así que esto es un aprendizaje/reciclaje constante: aprender o erosionarse.

En cuanto a la esperanza, considero que el mayor logro que una persona puede esperar alcanzar es el de ser parte activa en el aprendizaje de los que la rodean. Y no, no estoy hablando de grandes ideas políticas o de pensamientos trascendentales. Las tesis que avalaban las ideas de monarquía absoluta o de la legitimidad del esclavismo ya murieron. Y fueron ideas que perduraron siglos y cambiaron el mundo. Pero hasta esas pasaron. Yo hablo de algo más cotidiano, más de tú a tú; y también más duradero. Porque, más allá del hecho biológico de la reproducción, la única forma de perpetuarse a uno mismo es darse a conocer a sus amigos. Metafóricamente, cuando uno se abre a un amigo está depositando parte de su ADN mental en el otro. Todos nosotros, todos los días, aprendemos truquitos nuevos, copiamos frases o vemos algún asunto desde otro prisma; y todo gracias a relacionarnos con gente que también lleva lo suyo aprendido. Y al participar en ese aprendizaje colectivo, uno esparce su propio yo en decenas de personas que, a su vez, transmitirán sus propios yo a otras personas. Pero esos, ya no serán yo desligados de uno. Porque, al tocarlos, uno ha aportado parte de sí mismo a ese otro. Así, de un modo inconsciente y anónimo, cada uno de los seres humanos deja una huella imperecedera en toda la humanidad mediante el método de ser un buen amigo.

Esta tarde, yo he aprendido una lección valiosa gracias a la persona a la que citaba al principio. Y, como no podía ser de otra manera en mi, he aprendido por las malas.

En el transcurso de la conversación, ha salido un dato sobre mi que no le había dicho. Un dato entristecedor para ambos y que, cuando se haga efectivo, supondrá un cambio importante en nuestra relación. Y no se lo había dicho (ni se lo pensaba decir) porque tengo el maldito defecto de guardarme mis marrones y comérmelos sólo.

Como podéis imaginar, se ha puesto triste. Pero más allá de la tristeza lógica ante un hecho amargo e insalvable, he notado (¡qué cojones! Me lo ha dicho bien claro) que le ha molestado sobremanera el que no se lo hubiera dicho antes y no pensara decírselo. Y yo, que soy un n00b para muchos temas de relaciones inter-personas, me he quedado aturdido y sin comprender. Sabía a ciencia cierta que había hecho algo mal, pero no sabía exactamente el qué. Pero lo más grave, más allá de la confusión, lo que me ha hecho sentirme como una mierda ha sido saber que le había hecho daño (mucho) sin la más mínima intención de hacérselo.

La sangre no ha llegado al río y nos hemos despedido de buenas (bueno, dejémoslo en armisticio). Así que, cuando he llegado a casa, he hecho lo que siempre hago cuando meto la pezuña en algo: he recordado, estudiado, analizado, fumado y hablado en voz alta conmigo mismo poniendo varias voces. Al final lo he entendido (lento yo, pero cabezón) y... digamos que la frente me duele bastante y la pared tiene dos nuevos huecos.

Creo que el motivo por el cual esa persona a la que quiero se ha sentido tan molesta, es que no la he tenido en cuenta. Tomamos café, nos hablamos por whatsapp y facebook, nos contamos mil cosas; pero, a la hora de la verdad, cuando el asunto es "realmente" importante, no la he contado entre mis "de confianza". No la he tratado como la persona realmente importante en mi vida que en verdad es; sino que la he relegado a un segundo plano, siendo mezquino al regatearle partes de mi mismo, como si no mereciera mi confianza o no se la tuviera. En otras palabras: la he excluido.

Ahora me siento muy mal conmigo mismo. Sobre todo con mi subconsciente. Porque, si lo pienso de modo consciente, JAMÁS habría querido ni quiero ni creo que quiera nunca excluir a esta persona de mi vida. Y, sin embargo, es justo lo que hoy he hecho.

La próxima vez que la vea sé que querré disculparme. Pero, lo más importante, sabré exactamente porqué debo hacerlo.

No hagáis como yo. No seáis mezquinos con vuestros amigos.


jueves, 9 de agosto de 2012

J.R.R. Tolkien: Una descripción (otra de tantas...)




J.R.R. Tolkien era un mala vida. No me alcen las cejas ni se me lleven las manos a la cabeza. Si tienen un amigo escritor a mano, pregúntenle si es sano pasarse hasta altas horas de la madrugada encerrado en el estudio y escribiendo sin cesar tras un largo día de trabajo. Por supuesto, Ronald (así lo llamaban sus padres) no era un obseso compulsivo que lo dejara todo para escribir. Como a todo hijo de vecino, le gustaba pasar tiempo con su familia, le gustaron sus trabajos (mayormente fue profesor, aunque se le conocen otros empleos como, por ejemplo, lexicógrafo para el Oxford English Dictionary) y le gustaba pasear. Pero, en el fondo, siempre estaba buscando inspiración para sus historias. Un espíritu en constante búsqueda que supo plasmar perfectamente en su personaje más querido, Beren, quien removió cielo y tierra para alcanzar la perfección mitológica encarnada en mujer, Lúthien Tinúviel.

Con su pasión inquieta por las mitologías y leyendas, y con su amor desbocado por los idiomas y sus orígenes, uno no puede imaginarse un Tolkien que no fuera escritor. Ya en su juventud se dedicó a cosas tan tremendamente complicadas como la poesía. Y no se crean que se dedicaba a rimar "Las rosas son rojas", ¡que va!

Su primer poema publicado fue en 1911 (con 19 años). «The Battle of the Eastern Field», que ocupó nada menos que cuatro paginazas de «The King Edward's School Chronicle», era una parodia de la obra «Cantos populares de la Antigua Roma» de Thomas Babbington Macaulay. Pero los poemas de Tolkien no se quedaban en meros juguetes ni bromas. Ya en 1914 escribió «The Voyage of Eärendel the Evening Star», con su necesario título en anglosajón «Éalá Eärendel Engla Beorhtast». Fue en ese preciso poema donde el legandario legendarium de Tolkien nació. Más tarde siguió escribiendo poemas toda su vida, hasta llegar a 84 poemas conocidos. Muchos de ellos aparecieron después en sus libros en forma de canciones o baladas (lays).

Pero pronto Tolkien se dio cuenta de que la poesía se le quedaba corta. De modo que comenzó a redactar sus historias en prosa. Y gastó kilos y kilos de papel. Ya en 1925 escribía Roverandom y en 1936 su Silmarillion contaba con varios cientos de páginas. Fue este Silmarillion, la gran obra inacabada de Tolkien, la que más tiempo consumió. El germen de esta mitología se encuentra en los poemas que Tolkien escribió en 1917. Enfermo por la fiebre de las trincheras contraída en Somme (Francia), mientras se recuperaba en el hospital, Tolkien comenzó a trabajar en tres poemas fundamentales para su legendarium: «El cuento de Tinúviel», «Turambar y el Foalókê», y «La caída de Gondolin». Él pensaba incluirlos en u libro que llamaría «El libro de los cuentos perdidos». Pero, ya sabemos, a fuerza de escribir y escribir, revisar y revisar, la cosa se le fue de las manos y, tras su muerte, su hijo Christopher tuvo material para publicar el propio Silmarillion, trece tomos de Historia de la Tierra Media, Cuentos inconclusis de Númenor y la Tierra Media y Los hijos de Hurin. ¡Y eso sólo en lo que respecta a Arda!

No obstante, a pesar de su ingente trabajo literario, lo que realmente fue uno de los baluartes de Tolkien fue sus idiomas inventados. Y no es de extrañar, pues Tolkien dedicó la mayor parte de sus fuerzas al esforzado oficio de ser filólogo en estado puro (literalmente: amante de las palabras). Si atendemos a las fuentes, Tolkien sabía leer y escribir en: inglés (claro), francés, alemán, latín, inglés medio, inglés antiguo, finés, gótico, griego, italiano, noruego antiguo, castellano (español), galés y galés medio. Además, hacía sus pinitos en danés, holandés, lombardo, noruego, ruso, serbio y sueco. Con esto en mente, se entiende que Tolkien disfrutara con los idiomas hasta tal punto que creara los suyos propios. Hasta 11 distintos, creó. Y, algunos de ellos, extensamente desarrollados (llegó a escribir gramáticas y vocabularios para 15 idiomas y dialectos élficos).

En lo que respecta a la temática, se relaciona ampliamente a Tolkien con la fantasía o los cuentos de hadas. Craso error. Porque lo que realmente iba con Ronald era la épica. La épica de Beofulf, de Sir Gawain, de las Eddas y el Kalevala. En un mundo en el que los dragones eran fantasía y la fantasía era cosa de niños, Tolkien apela a la imaginación como puro método de defensa para la cordura humana. Tras las dos guerras mundiales, con el realismo pesimista y misántropo como pensamiento dominante en la literatura, Tolkien encabeza una cruzada para rescatar la esperanza que ofrece la épica. Una cruzada que seguirán otros como C.S. Lewis o Robert E. Howard, entre otros. Y una esperanza que se basa, no en el escapismo pueril de un Peter Pan que no quiere crecer, si no en una «renovación» adulta de la propia perspectiva del mundo.

Así se pasó la vida: plantando batalla al desconsuelo. «Si diéramos a la comida, la alegría y las canciones más valor que al oro, este sería sin duda un mundo más feliz», dijo por boca de uno de sus personajes. Y, ¿quién podría decir que esa es una actitud escapista? De modo que se dedicó a sub-crear historias. Historias en las que el lector encontraría «lentes» nuevas a través de las cuales se pudiera contemplar de nuevo el mundo. «Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de necesidad es como un esclavo encadenado» o «Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.»; aplicabilidad en estado puro.

Sin duda alguna Tolkien es de esos pocos escritores que no necesitan defensa. Las trilladas acusaciones de racista, pro-fascista, pro-comunista o machista; se quedan sin ninguna fuerza a poco que se interese uno por la vida de este escritor que, pese a haber nacido en el Estado Libre de Orange (que no en Sudáfrica) era más inglés que el té de las cinco, y tan «normal» como un padre que les cuenta cuentos a sus hijos para dormir.

Un triste día de septiembre de 1973, Tolkien emprendía el último viaje hacia los palacios intemporales, donde se encontraría con su amada Edith que le estaba esperando. Y, de este modo, el mundo perdía a uno de los más grandes cuenta-cuentos de la era moderna.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Uno punto uno, primera.

Diario de guerra. Día 6.

Valencia ha caído. Esos cabrones nos lo han puesto difícil, se han resistido lo suyo. Supongo que nadie quiere morir.

Fue buena idea empezar por el este y el sud-este. Tomamos la A-7 y el río nuevo en cuestión de horas. Por lo que he oído, el puerto cayó bien. Cuando quisieron darse cuenta, las salidas a Alicante y a Madrid estaban cerradas. Facilón. ¿Qué se puede esperar de una ciudad acomodada y corrupta, un martes a las 3 de la madrugada?

Tomar el norte fue más complicado, no teníamos mucho material por allí. Sus cabecillas se coscaron rápido de nuestra táctica y se atrincheraron en las rutas que salen a Barcelona. Aquello de la circunvalación fue una gran idea en su día pero, a nosotros, nos lo puso difícil. Estuvo bien eso de tomar el ayuntamiento y el palacio de la Generalitat. Cuando la noticia corrió por sus radios y televisores, la mayoría de la población civil se atrincheró sus casas y no molestó demasiado. El tercer día todas nuestras tropas de asalto estaban concentradas en el norte. Ellos, desesperados, habían intentado mantener una entrada segura para los suyos que venían desde el norte. Por suerte el río viejo es una buena barrera natural. Nos cargamos los puentes y dejamos en pie sólo del de Aragón y el de campanar; nor-este y nor-oeste. A mí me tocó una guinda: pacificación. Me mandaron al hospital General. Tenía que guarnecerlo y ocuparme de que la entrada de sus heridos estaba garantizada. Cuando terminamos con eso, bajamos por la avenida del Cid y nos ocupamos de que, en el cuartel de policía que estaba por allí, estuvieran lo más tranquilitos posible. Estaba desierto. A los dos o tres que quedaban de guardia, nos los rendimos rápido.

Por lo que pude escuchar durante el día y medio siguiente, los del frente lo tuvieron jodido. Los bombazos se oían incluso en la madrugada. Una de las veces que pase por el hospital oí a un niño pregunta a su madre: «¿Ya estamos en fallas, mare?». Definitivamente esta gente es muy rara. La mujer se llevó un dedo los labios conminando al niño para que se callase. Después me miró de medio lado y pude ver en sus ojos odio: las horas iniciales de terror habían pasado y ya no éramos engendros salidos de una pesadilla. Éramos muy reales. Éramos sus enemigos y nos odiaban a muerte. Aquella sala de espera estaba abarrotada, pero el silencio era casi total. Sólo se oían algunos sollozos reprimidos y, de vez en cuando, algún niño rompía a llorar hasta que su madre o padre lo calmaban. La mayoría eran huesos rotos y contusión. El mismo niño al que oí preguntar, llevaba un brazo en cabestrillo. Sólo había un par de heridos en camillas, uno con un corte feo en el muslo y otro con la cabeza vendada. Supongo que la mayoría podían haberse ido a sus casas. Quizá las de algunos estuvieran al otro lado del río, pero creo que sus razones para permanecer allí tenían más que ver con sus primitivos instintos de manada.

Al salir de allí me dirigí a nuestro puesto de mando en la zona. Quería enterarme de cómo iban las cosas y a la vez recibir nuevas órdenes. Al parecer nuestros jefes habían sacado las cabezas de sus respectivos culos y estaban organizando el ataque a la retaguardia del enemigo. Nuestros colegas de los pueblos cercanos, al otro lado de las líneas enemigas, estaban reagrupándose y tenían planeado bajar por la carretera antigua de Barcelona. Mientras tanto, me dijeron, unos cuantos capullos se habían atrincherado en el mercado central. Le tocó a mi escuadrilla hacerse cargo. ¡Por fin algo de acción!

El casco antiguo es un puto laberinto de callejuelas estrechas donde, al girar una esquina, apenas alcanzas a ver 20 metros adelante. Por suerte sólo encontramos unos cuantos vigías de camino, que salían cagando hostias en cuanto nos veían doblar por una esquina. Los “valientes” se habían encerrado en el propio mercado. Ese viejo edificio era bastante grande. De dos plantas, presentaba cinco lados, pues conectaba dos calles paralelas. Con ventanas en el piso de arriba. En cuanto lo vi pensé que, si tenían suficiente gente para defenderlo por todos lados, la cosa iba para largo. Tras mandar un par de exploradores-rápidos, supimos que sólo tenían dos vigías por cada lado. Esto me convenció de que, seguramente el grueso estaría esperando en el interior y se desplazarían a uno de los lados en cuanto hubiera una alarma. Ni siquiera esos orangutanes calvos estaban tan locos como para pretender defender semejante edificio con sólo 10 hombres, tenía que haber más: esperando. Una de las consignas de nuestra campaña era intentar mantener con vida la mayor cantidad posible de mano de obra, así que hice lo lógico. A Antúnez le tocó la papeleta. Me daba la impresión de que era el menos amenazador de todos, estéticamente hablando claro (el cabrón se gasta una leche que te rilas). Cuando la cosa estuvo clara, el gallego se puso en marcha. Elegimos una explanada abierta en el lado nor-oeste, frente a la puerta principal, para que lo vieran llegar desde lejos. Fue caminando despacio y con los brazos separados del cuerpo, mostrando sus manos desarmadas. Cuando estuvo unos 10 metros de la entrada llamó.

- ¡Los de dentro! Vengo a parlar.- Su acento de Orense era bastante fuerte a pesar de los años que, según él, había pasado en Valencia.

Tardaron tres largos minutos en contestar.

- ¿Qué quieres, bicho?- la voz sonaba grave y potente. Quizá algo elevada. ¿Era miedo?

- He venido a negociar. Aquí fuera las cosas se están enfriando, cualquier posible refuerzo se os queda muy lejos. No necesitamos más muertes de las necesarias. Pensad con la cabeza y saldréis vivos.- Hay que reconocer que el gallego no lo hizo mal del todo. Pero los animales acorralados no suelen ser muy razonables.

El primer tiro voló la mano izquierda de Antúnez. Y debería conformarse con eso, porque un instante después de tirarse a tierra, otra bala pasó silbando por donde había estado su cabeza. Rodó rápido para cubrirse con un coche que había a su izquierda. Si alguno de nosotros pensaba enfrentarse contra profesionales, la idea se nos fue rápido. Esos inútiles pasaron al menos 4 minutos disparando a todo trapo contra el coche. Cuando el cabecilla consiguió que se frenaran, Antúnez salió cargando leches hacia nuestra posición. Tocaba rascarse la cabeza para entrar. Por suerte uno de los nuestros, Ramiro el tuerto, conocía algo aquella zona. Me dijo que, cuando los camiones venían a dejar la mercancía, no subían las cajas por las puertas principales. Eso le hizo pensar que debía haber alguna entrada subterránea.

Mande de nuevo un par de exploradores-rápidos a buscar. Al cabo de un rato, uno de ellos asomó la cabeza por una rampa medio oculta a la vista, situada en la parte sur del edificio. Mientras tanto Antúnez se había medio-arreglado el destrozo en su mano. Como estaba claro que ya no podía sostener un rifle, se ató con un par de alambres una bayoneta en el muñón, en el cinturón llevaba su pistola y en la diestra apretaba la mía. En su cara había cabrero, pero estaba sereno. Lo más probable es que, al regresar, pudieran hacerle un trasplante.

Uno de los exploradores nos guió dando un rodeo por las calles paralelas hasta una esquina, desde la que podíamos echar una carrera hasta la rampa. Mandé a Ramiro y a Pérez para que callejeran hasta una posición en el lado nor-este. La idea es que metieran bastante ruido, para que los de adentro se asomaran por allí. Un par de granadas bien tiradas y algunos disparos, nos libraron del vigía que podía enfilarnos. Así que los 13 restantes nos echamos una carrera hasta rampa de acceso. Al pasar corriendo junto a un árbol toqué madera. No es que uno sea supersticioso, pero 13 es un número muy feo.

Una vez estuvimos dentro la cosa no duró más de media hora. El sitio era enorme y los puestos de venta estaban alineados formando calles dentro del edificio. Pero esta gente no se había molestado en hacer barricadas decentes. Los primeros que nos cruzamos huyeron enseguida hacia el grueso del grupo, así que nos indicaron el camino: que majos. Una vez dieron la alarma empezamos a movernos más rápido. En cada cruce asegurábamos las esquinas y pasábamos al siguiente sin esperar. Tras una arcada, un grupo de puestos separados del resto y enfrentados a la entrada, les sirvió de línea de defensa. Cinco o seis nos quedamos allí soltándoles todo lo que teníamos, mientras el resto daba un rodeo y se les echó por la derecha. ¿Esta gente se ha olvidado de para qué sirven los cuchillos? Cuando los nuestros llegaron al cuerpo, empezaron a soltar tajos. Sólo tres o cuatro de los suyos se pusieron farrucos usando sus armas para golpear y parar. Unos cuantos se hicieron la picha un lío y cayeron antes de saber por dónde les habían dado la colleja. El resto soltaron las armas en cuanto vieron caer a los primeros y se rindieron rápido. A los desperdigados que seguían en sus trece los “convencimos de rendirse” con argumentos contundentes. Dos bajas de los nuestros, 16 de los suyos y 14 prisioneros. Tanto rollo para luego tampoco.

Ya habíamos pasado la tarde entretenidos.

Escoltamos a los prisioneros al puesto de guardia más cercano. A los “reclutas” nos los llevamos en una camioneta a la base de entrenamiento.

Con todo el pollo no nos dimos cuenta hasta que hubimos terminado: las bombas ya sonaban más lejos. Sin duda los nuestros estaban avanzando, por ambos lados. Nuestra escuadra aún tuvo que hacer un par de patrullas más durante el día siguiente. Pero al fin, ayer por la tarde, el pescado estuvo vendido. La ciudad ya era nuestra. Las vías principales al norte, al este, y al sur; ya estaban controladas. Por fin nos dieron permiso para echar un sueño. Y menudo sueño más raro tuve.



miércoles, 12 de octubre de 2011

Si procastinas, la cagas.

¿Alguna vez habéis tenido una idea medianamente aceptable pero, al poneros al teclado, os sale un tremendo truño que, a los pocos párrafos sois incapaces de continuar?

Pues eso.

Aviso: alto contenido de World of Warcraft. He intentado hacerlo legible para los profanos. Aún así, habrá cosas que no se pillarán. Sorry.


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Hinuden bajó las escaleras de la posada, en la plaza de la catedral. Un novicio se le acercó solícito con una taza de café. Las habitaciones y el servicio para los paladines y sacerdotes siempre habían sido mejores que para los demás. Por eso siempre había preferido irse a dormir como Hinuden. Agradeció al muchacho y fue a sentarse a una de las mesas. Cogió un ejemplar de “La Luz de cada día” y se puso a ojearlo sin prestarle mucha atención. La mayoría de las noticias estaban desfasadas y el corte triunfal y propagandista, ya hacía meses que le sabía rancio. Perdió toda atención cuando leyó de pasada la crónica de la enésima botadura de un barco de guerra. Dobló el periódico y lo dejó encima de la mesa. Se recostó contra la pared y se puso a beber su café mientras esperaba el resto de su desayuno.

Miraba a través de la ventana sin fijarse en nada. Por la puerta entraron dos sacerdotisas parloteando entre ellas: una enana y una gnoma. Hinuden había luchado muchas veces junto a enanos que profesaban La Luz, pero ver a gnomos vistiendo los hábitos sacerdotales seguía pareciéndole extremadamente raro. Aunque, claro, después de aquella vez que se cruzó con un tauren paladín en Tierras Altas Crepusculares, ya había perdido la capacidad de asombrarse.

El mozo trajo al fin su desayuno consistente en media hogaza de pan, mantequilla, tocino frito, queso y dos huevos duros. Hinuden atacó al enemigo como si de un demonio se tratase. Su costumbre de no cenar hacía que, por las mañanas, tuviese hambre. Las dos sacerdotisas seguían hablando entre ellas y quejándose de que los chamanes y druidas estaban muy brutos, y eran preferidos para curar antes que los sacerdotes. Cuando pasaron a evaluar el valor estético de sus hechizos comparados con los de magos y brujos, Hinuden supo que necesitaba aire fresco y estirar las piernas. Dejó una moneda de oro en el mostrador y salió a la calle.

Era miércoles. Y los miércoles, el mundo se reiniciaba. Los monstruosos jefes de las grandes mazmorras tanto en Azeroth como en Terrallende, resucitaban. Y la gente se volvía loca comprando drogas para mejorar su intelecto, su fuerza, su agilidad… Las casas de subastas hervían de actividad. En el Distrito de mercaderes, el pregonero mecánico recitaba con voz monótona los anuncios: herreros, alquimistas, peleteros, sastres, encantadores. La competencia era feroz. Si uno quería hacer fortuna en Ventormenta, el pregonero no era la mejor opción. La gente pasaba frente a él sin a penas prestarle atención.

En el barrio de los Enanos, un segundo pregonero se dedicaba a las ofertas de empleo. Los anuncios de reclutamiento y las ofertas de aventureros que alquilaban sus servicios, se triplicaban los miércoles. En aquella temporada, estaba de moda darse un garveo por Tierras de Fuego. Ya fuera para darle la paliza semanal a Shannox el cazador, o simplemente para ganarse algo de reputación con los Vengadores de Hyjal a base de matar cientos de pobres esbirros que, ya ves tú, qué mal le habrían hecho a nadie. Siempre cabía la posibilidad de encontrar alguna pieza de equipo resultona, perdida en los bolsillos de algún esbirro de manos largas. Pero eso ocurría muy de vez en cuando.

Hinuden pensó en acercarse al transfigurador y transformarse en alguno de sus alter ego. Pero no tenía ningún interés especial por hacer nada en concreto como ninguno de ellos. Se dio un paseo hasta la taberna de los enanos y, cerveza se mano, se puso a escuchar al pregonero.

sábado, 8 de octubre de 2011

Que duro es... (como dijo aquel)

Es sábado. Y los sábados toca aseo. ¡Ea! No es que sólo me asee los sábados, pero el fin de semana es cuando viene la familia a comer. Y hay que adecentarse más de lo habitual. Sobre todo la cara. Porque lo de afeitarse sí que lo hago de tanto en tanto. Total, a mi no me molesta la barba. Vamos, no me molesta cuando es barba. En el interludio entre «sin afeitar» y «barba de leñador», hay días que el picor es insoportable. Sobre todo en verano. Pero cuando pasan dos semanas y el pelo deja de ser cortito y pinchante, a ser largo y bonachón; me olvido de que tengo barba.

Pero, a lo que iba, que toca afeitarse. Porque como la moda desde hace un par de décadas es ver a los hombres bien rasurados, mis señoras tías soportan con estoicismo una perilla bien arreglada. Pero a poco que la cosa se alarga un poco, ya llegan lo «pareces un oso» o indirectas por el estilo (que, vamos, muy indirectas no son). Y como al fin y al cabo a mi también me gusta la sensación de recién afeitado, les hago esa concesión. A ellas y a mi madre, que a fuerza de mi pura cabezonería, ya no me dice nada cuando paso dos meses sin afeitarme. Bueno, no me reprocha, pero se le adivina.

Así que desayuno rapidito, no vaya a ser que se me endurezca el pelo. Y digo yo que la misma densidad molecular tendrá ahora, que dentro de un rato. Pero «hay que afeitarse por la mañana recién levantado o después de la ducha, cuando el pelo está blando». Consejo de padre canoso y sabio que, en esto de afeitarse, me lleva algunas pasadas de ventaja. Y digo yo, ¿de qué estará hablando el pelo por las mañanas o después de la ducha? Vete tú a saber: los pelos son muy suyos.

Me preparo los trastos de matar. Y no es una metáfora. Hace un par de meses que me ha dado por afeitarme con navaja. De esas de pulso firme y tacto fino. Y a veces acabo medio degollado. O lo parezco, por lo rojo que me queda el cuello tras afeitarme. Quizá debería dejar de ser tan “macho” y ponerme espuma de afeitar. O al menos mojarme la cara, copón. Pero el tipo duro de Depredador, el negro que va con la ultra-ametralladora, no se pone espuma; y yo tampoco. Aunque claro, él se afeita con maquinilla y se nota que su barba no es de 15 días… mariquita.

Busco los ángulos apropiados antes de tocar la carne con la cuchilla (que uno es “macho” pero no idiota), perfilo los bordes de la perilla y me recreo en la precisión milimétrica que aporta una sola hoja. ¡Mierdas! Bonito corte en el labio inferior. Eso me pasa por ansias. ¡Que ya estaba rasurado, joder! ¡Que no hacía falta pasar otra vez! Bah, no merece la pena llorar por la sangre vertida. ¿O era por el vino derramado? El vino me da un ardor de estómago brutal. Paso de llorar por él.

Pos hale, ya estoy afeitado. Y ahora el aftersave. «No hay dolor» que decía el coronel Trauman. «Eso no sirve» que le respondía Rambo el del 3º. «¡Los cojones de Espinete no hay dolor!» que me viene a mi a la mente. Recojo la navaja y los trastos de mutilar (esa acepción es más acertada).

Y ahora me apetece un cigarrito (¡joder como escuece el puto afetrsave!), igualito que después de… jeje (a ver si me da un poco de aire fesquito en la cara). Si hasta huelo como un “macho triunfante” (estos cabrones de Brumel, ¿y no podrían ponerle un poco menos de alcohol al brebaje?).

Ea, si ya lo sabía yo. Ahora, sin pelo en la cara, el aire frío se me clava hasta dentro. ¡Atchó! Manera más tonta de empezar un catarro no hay.

Que duro es ser hombre…

viernes, 5 de agosto de 2011

«Amigos para siempre» Means you´ll always be my friend


Uno de los mejores recuerdos que conservo es la EstelCon de 2002, mi primera EstelCon. Ahora alguno dirá: «¡Pues claro! Es que la primera EstelCon siempre deja huella»; y tendría razón. Pero me gusta pensar que aquella EstelCon fue especial para mi por otras razones.

La primera de ellas es que, tras un largo tiempo "comiendo" yo sólo de la obra de Tolkien, por fin había encontrado "compañeros de mesa". No sé si alguna vez habéis comido sólos en casa o en un restaurante o en el parque. Si es así, estaréis de acuerdo en que no hay ni punto de comparación con una buena Cena de Gala; ni con cualquier desayuno o comida acompañado de amigos. "Amigos" digo, y no meros compañeros de trabajo o familiares. Amigos con los que compartes aficiones y vivencias; humor y gustos. Amigos que uno ha elegido como amigos (como sólo pueden serlo los buenos).

Y amigos fue lo que encontré en aquel monasterio de Uclés. Algunos ya conocéis la historia de cómo entré en la STE. Conocí a Rubén "Turin Turambar" jugando a un juego de ordenador online. Él me habló de la existencia de la STE y decidí apuntarme a la EC. En julio fui una sola vez a casa de Paco "Lórinlor" a firmar el formulario de inscripción; y ya no volví a ver a ninguno de los dos hasta la EC, en septiembre. Una EC de casi 200 personas de las cuales yo conocía a Lórninlor (Túrin no asistía a esta) y encima sólo iba a asistir sábado y domingo. Cuando llegué, algunos de mis muy añorados Guardias de Edhellond me recibieron con una sonrisa y me guiaron hasta la TolkienTienda, donde la mujer más extrovertida (y animala) que he conocido repartía las acreditaciones.

No voy a ponerme a describir los cuatro días de aquella EC, mayormente porque los recuerdos son neblinosos. Pero lo importante es que, a las pocas horas de estar allí, estaba rodeado de amigos de los de toda la vida. Recuerdo con cariño a Gimlî-Hazid y a Eli-Silay, dos novatos como yo, que venían de Cuernavilla. Tres pares de ojos que compartíamos maravillados y asombrados las visiones de la Tierra Media por primera vez. También recuerdo a Beleg y a Peregrin; y aquella noche en vela a la luz de las estrellas (literalmente).

Nadie me pidió credenciales. No me preguntaron sin había leído los libros, ni cuales. No les importaba si era un "nuevo de las películas". Bastaban unos pocos minutos de conversación para invitarnos alegremente a refrescos o cafés. La camaradería y falta de prejuicios me enctantó.

Años después, he tenido otras experiencias similares, pero distintas. Con el paso de las EstelCones, me he encontrado a veces charlando alegremente con gente que "se supone" que conocía. Personajes más o menos "famosos" que había visto más de una vez, pero que no sabía de ellos más que el pseudónimo. Y es una sensación extraña. Darse cuenta de que estás hablando por primera vez con alguien que conoces desde hace años. Esa persona sobre la que has oído historias y anégdotas pero con la que nunca has cruzado más de dos frases seguidas; y de pronto os encontráis los dos en la taberna de una EC. Surge una conversación y vuelves a sentir aquella sensación de que acabas de hacer un amigo "de toda la vida".

Anoche tuve de nuevo esa sensación. Conversé un rato por chat con uno de estos "intemporales", del que sólo había oído historias contadas por mis edhellondrim de cosas pasadas en el albor de los tiempos. Y me encontré "hablando" con él de problemas personales, de angustias (muchas) y alegrías (menos). Me encontré mirando a esa persona como a un hermano y me dije a mi mismo: «Pero Hinuden, si no has pasado más de tres horas en total hablando con él desde que lo conoces ».

Y me dio igual. Me he mal acostumbrado a esta cosa que algunos llaman "magia", otros "camaradería" y algunos niegan en redondo.

No tengo un nombre acertado para este fenómeno que yo sé que existe, porque lo he vivido. Pero sí sé que soy adicto y que paso los días esperando la próxima mereth, la próxima EstelCon o, si quiera, la siguiente reunión de smial.

¿«Todas las adicciones son perjudiciales»? Si esto es así, será una buena muerte.

Hinuden.

A Gimlî-Hazid, Eli-Silay, Beleg, Peregrin, Lindendil, Lórinlor, Gimli y Finceleb: distintas historias, todos amigos.